Los Arcos de Lapa son un símbolo de Río de Janeiro. Tal vez no tan impactante como el Corcovado, el Pan de Azúcar o la rambla de Copacabana, pero con un valor histórico potente. Detrás de esas recovas blancas el barrio se abre como un abanico de callecitas, bodegones y negocios.
Mucho color, mucho olor penetrante de las frituras de peixe (pescado), muchos personajes que se pasan horas y horas acomodados en una esquina, mirando pasar la vida con ojos de carnaval. Y a la noche, el estallido.
Los bares de puertas y ventanas abiertas claman a los gritos por parroquianos sedientos, y los peregrinos se cuentan por centenares.
La diferencia es que este fin de semana hay una masa de argentinos que superó todas las previsiones y que eligió Lapa para liberar el indio.
Se acampa en el sambódromo, se toma mate en la Avenida Atlántica y se disfruta de la playa, pero cuando cae el sol todas las brújulas clavan la aguja en este lugar, en Lapa.
A partir de la medianoche del viernes la fiesta saltó todos los carriles. Ya no hubo calles transitables, sólo hinchas saltando al grito de “¡Brasil, decime qué se siente…!” Una cerveza para mojar el garguero y a seguir el concierto. Imposible encontrar una mesa libre, estaban todas alquiladas hasta el amanecer.
A las garotas se las tirotea desde todos los ángulos, y cuando el no de la menina es irreductible, la venganza es inapelable: siete dedos elevados al cielo.
Ellas se ríen de costado; a fin de cuentas saben que son las dueñas de la situación.
Las decenas y decenas de efectivos de la Policía Militar que mantienen a los revoltosos a raya en Copacabana y aledaños no aparecen por Lapa.
O no intervienen en el tumulto, seguramente conscientes de que es imposible frenar al tsunami albiceleste que recorre las calles sin cansarse.
Si viajaron miles de kilómetros en auto, a dedo, sin entradas para la final -y sin expectativas de conseguir una- ¿van a aflojar en uno de los epicentros de la movida carioca?
Así es la noche de Lapa. Vibrante, tentadora, apenas arruinada por ese sol que se empecina en aparecer cuando no está invitado al aquelarre.